No es la primera vez:
Sales de un juicio, la
clienta muy contenta por el resultado junto a su séquito, en esta ocasión uno
de los acompañantes me confiesa en su presencia que ella (mi clienta) no
confiaba en mi, a pesar de la insistencia que le había hecho en mi valía
profesional. Solo hacía falta ver los nervios previos al juicio y los
comentarios para evidenciar su recelo ante mi futura actuación judicial en
sala.
Recuerdo que en otra ocasión
la madre que acompañaba a la hija me dijo "debo darle la enhorabuena y
confesarle que al ver su juventud no confié en usted". Uno no es perfecto,
hay juicios que salen muy bien, bien o regular, o directamente no salen, pero que
duden de tu solvencia por no estar al filo de la jubilación me parece cuanto
menos temerario e inmerecido.
Por desgracia mi profesión
aun es muy clasista, si no eres un varón de 65 años, con traje de marca, un
buen reloj no vas a hacer una buena defensa del caso y "Hay que ver que me
ha tocado el niño, a ver lo que hace o ven que te lo explique bien que te
enteres" (no digo que sea la generalidad, vaya por delante).
Hablando con compañeras de
oficio sale a relucir que ese clasicismo se ve incrementado con las abogadas,
convirtiéndose entonces en un machismo repugnante. Desde el cliente
"cavernícola" de turno que pone en tela de juicio su profesionalidad
y no confía el caso en ella, o el empresario que no la contrata ante el riesgo
de que se quede embarazada; o en la entrevista le suelta eso de "¿tienes
pareja?¿te gustaría tener un hijo?".
En definitiva: te encuentras
a personas humildes con un clasismo insultante, que cuestionan tu
profesionalidad sin conocerte por el hecho de ser joven, y en las compañeras
con el plus de ser mujer, que al parecer para algunos es una agravante a
añadir.
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